¡Oh, juventud amada, preciosa etapa de la vida en que todo luce más hermoso! ¿Por qué Dios no dejaría que fuese perpetua la juventud?
Creo que si el pecado no hubiera entrado en el mundo no habría muerte, ni padeceríamos de los tantos achaques que conducen a ella. Entonces, de no haber sido por el pecado, el desgaste físico sería nulo, y la humanidad toda gozaría del vigor constante de la juventud. Precioso sería el mundo si hubiese continuado tal como Dios lo creó.
Puede alguien pensar que si a él le hubiese tocado la suerte de Adam, habría procedido distinto a como él procedió, y hoy la situación del hombre sería diferente; pero, ¿qué vamos a hacer? El tiempo no tiene retroceso, y no nos queda más remedio que resignarnos a envejecer.
Los ancianos una vez fueron jóvenes de tez lisa y atractiva, animados por un espíritu travieso y saltarín; nosotros (me incluyo, aunque no soy tierno) tendremos algún día la piel arrugada, los ojos hundidos, la nariz y las orejas mucho más grandes, y como si fuera poco ponernos feos, también nos faltarán las fuerzas y tendremos que apoyarnos en alguien que tenga que soportar nuestras majaderías y caprichos caducos.
Hermano joven, no mires a los niños o a los viejitos como seres distintos a ti, pues todos los humanos somos una misma cosa, con la diferencia que unos vamos delante y otros vamos detrás. Volvamos a pensar en esto, miremos detenidamente a nuestros mayores, e imaginemos cómo llegaremos a ser, si es que nos espera la dicha de llegar a contar muchos años también.
Siendo así la cosa, que todos vamos por el mismo camino, ¿por qué entonces hay tirantez, a veces poco disimulada, entre jóvenes y ancianos? Generalmente el joven es amante de la libertad, del bullicio y de lo novedoso, mientras que la persona de edad avanzada ha perdido el entusiasmo junto con la energía, por lo cual es amiga de la quietud, y dificilmente tolera una cosa que se salga de los moldes y conceptos que en su vida se ha formado.
Si una persona madura critica el peinado, las formas de vestir u otras cosas de la nueva generación, debe tener en cuenta que su vestuario, su peinado, etc., también una vez fueron la última moda. Por otro lado los jóvenes, sobre todo los jóvenes cristianos, debemos ser moderados, pues es verdad que la Palabra de Dios no prescribe modas ni estilos, pero sí recomienda la honestidad y la sencillez. Puede que hayan detalles en el arreglo personal que en sí mismos nada tengan de malo, pero si están en boga entre aquellos que viven alocadamente, es mejor prescindir de su uso.
«Todo me es lícito, mas no todo conviene: todo me es lícito, mas no todo edifica. Ninguno busque su propio bien, sino el del otro.» 1Cor.10:23 y 24.
Para lograr una mayor armonía entre jóvenes y ancianos, lo justo es que unos y otros huyamos de los extremos (templanza) y aprendamos a soportar las exigencias del gusto ajeno (tolerancia). Por ley natural las ramas tiernas son flexibles, pero con el tiempo se van poniendo rígidas hasta llegar a partir antes que doblar. En este caso, si los viejos se muestran intransigentes, los más mozos debemos demostrar nuestra capacidad para ceder; si los viejos nos esquivan, procuremos atraerlos; si no nos comprenden, procuremos comprenderles a ellos; si necesitan nuestra ayuda, no vacilemos en prestarles socorro.
El entusiasmo y la fortaleza se hayan en la juventud, pero la sabiduría y la experiencia abundan más entre los que más han vivido. Recordemos el cuento del ciego y el cojo, que unieron la agilidad de uno y la visión del otro para poder andar. En este caso a la juventud toca prestar las piernas, no tanto por lo que necesitamos del que ve, sino por todo lo que el cojo nos necesita.
El tiempo avanza y todo lo que está escrito cumplimiento tiene:
«No os engañéis: Dios no puede ser burlado: que todo lo que el hombre sembrare, eso también segará». Gál.6:7.
Spmay. B. Luis, Bejucal, 1971.
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